jueves, 14 de febrero de 2013

¿Porque debo ser responsable ante mis actos?

Porque de lo contrario el mundo sería un relajo mucho mayor de lo que ya de por sí es actualmente. Imagina si todos hiciéramos lo que quisiéramos y nadie se sujetara a reglas y responsabilidades.
  • Todo comportamiento tiene unas consecuencias, asumir responsabilidades también las tiene; en este sentido, tenemos que ser consecuentes con lo que hacemos y con lo que nos toca. En esto consiste la responsabilidad y es algo que se aprende; por ejemplo,  que cuando en un aula se generan oportunidades para la reflexión sobre la convivencia entre los alumnos, éstos desarrollan procesos de responsabilidad, respeto, participación y diálogo. Asumir responsabilidades conlleva el tener una experiencia de nosotros mismos en relación con otros. Aunque nos de miedo los conflictos, asumir la consecuencia de nuestros actos o enfrentarnos a una realidad que nos rodea hemos de entender que los problemas están ahí; cuanto antes comencemos a manejarlos, mejor y más rápidamente aprenderemos estrategias para solucionarlos.
  • Otro ejemplo lo encontramos en el deporte, a través del aprendizaje de valores y conductas pro sociales, analizan cómo programas que fomentan dichos aprendizajes pueden ser útiles para: conocerse a uno mismo, ser consciente de las consecuencias de lo que hacemos y fomentar el interés por conocer las razones que determinan lo que uno hace. El establecer relaciones y el procurarnos partícipes de lo que nos rodea nos hace más responsables de nosotros mismos.

viernes, 8 de febrero de 2013



TOLERANCIA .


Podríamos definir la tolerancia como la aceptación de la diversidad de opinión, social, étnica, cultural y religiosa. Es la capacidad de saber escuchar y aceptar a los demás, valorando las distintas formas de entender y posicionarse en la vida, siempre que no atenten contra los derechos fundamentales de la persona...


La tolerancia si es entendida como respeto y consideración hacia la diferencia, como una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta a la propia, o como una actitud de aceptación del legítimo pluralismo, es a todas luces una virtud de enorme importancia.
El mundo sueña con la tolerancia desde que es mundo, quizá porque se trata de una conquista que brilla a la vez por su presencia y por su ausencia. Se ha dicho que la tolerancia es fácil de aplaudir, difícil de practicar, y muy difícil de explicar.

Hay una tolerancia propia del que exige sus derechos: La oposición de Gandhi al gobierno británico de la India no es visceral sino tolerante, fruto de una necesaria prudencia. En sus discursos repetirá incansablemente que, “dado que el mal sólo se mantiene por la violencia, es necesario abstenerse de toda violencia”. Y que, “si respondemos con violencia, nuestros futuros líderes se habrán formado en una escuela de terrorismo”. ¿Les suena esto en la actualidad mundial?. Además, “si respondemos ojo por ojo, lo único que conseguiremos será un país de ciegos”.


¿Cuándo se debe tolerar algo? La respuesta genérica es: siempre que, de no hacerlo, se estime que ha de ser peor el remedio que la enfermedad. Se debe permitir un mal cuando se piense que impedirlo provocará un mal mayor o impedirá un bien superior. Ahí entra en juego nuestro discernimiento. Defender una doctrina, una costumbre, un dogma, implica casi siempre no tolerar su incumplimiento. 

Con este concepto entendemos claramente que la verdad siempre surge desde la individualidad y que las verdades generalistas solo nos llevan a un camino de confusión.
De todas formas, hay dos evidencias claras: que hay que ejercer la tolerancia, y que no todo puede tolerarse. Compaginar ambas evidencias es un arduo problema.
Todos los análisis realizados por filósofos y estudiosos de la materia al respecto a la tolerancia aprecian la dificultad de precisar su núcleo esencial: los límites entre lo tolerable y lo intolerable. De nuevo, y como en casi todos nuestros acontecimientos diarios, debemos beber en la fuente de la sencillez, ella será la encargada de otorgarnos el discernimiento que nos de la inspiración para el obrar.

Hemos empezado hablando de la tolerancia como parte del “respeto a la diversidad”. Se trata de una actitud de consideración hacia la diferencia, de una disposición a admitir en los demás una manera de ser y de obrar distinta de la propia, de la aceptación del pluralismo. Ya no es permitir un mal sino aceptar puntos de vista diferentes y legítimos, ceder en un conflicto de intereses justos. Y como los conflictos y las violencias son la actualidad diaria, la tolerancia es un valor que es muy necesario y urgentemente hay que promover.
Ese respeto a la diferencia tiene un matiz pasivo y otro activo. La tolerancia pasiva equivaldría al “vive y deja vivir”, y también a cierta indiferencia. En cambio, la tolerancia activa viene a significar solidaridad, una actitud positiva que se llamó desde antiguo benevolencia. Los hombres, dijo Séneca, deben estimarse como hermanos y conciudadanos, porque “el hombre es cosa sagrada para el hombre”. Su propia naturaleza pide el respeto mutuo, porque “ella nos ha constituido parientes al engendrarnos de los mismos elementos y para un mismo fin”. Séneca no se conforma con la indiferencia: “¿No derramar sangre humana? ¡Bien poco es no hacer daño a quien debemos favorecer!”. Por naturaleza, “las manos han de estar dispuestas a ayudar”, pues sólo nos es posible vivir en sociedad: algo “muy semejante al abovedado, que, debiendo desplomarse si unas piedras no sostuvieran a otras, se aguantan por este apoyo mutuo”. La benevolencia nos enseña a no ser altaneros y ásperos, nos enseña que un hombre no debe servirse abusiva mente de otro hombre, y nos invita a ser afables y serviciales en palabras, hechos y sentimientos.

La tolerancia es un regalo desde los primeros años de la vida.